Comentario
Capítulo XCIV
Que trata de la salida del gobernador de la ciudad de Santiago para la provincia de Arauco
El gobernador, puesto en voluntad de seguir su jornada, hizo sus oficiales y nombró a Gerónimo de Alderete por su general y a Pedro de Villagran por su maestre de campo, e hizo sus capitanes. Y luego mandó hacer de madera unas andas, que llevaban cuatro negros y a veces seis indios. Dejó la armada de por mar, que era una galera y un bergantín, encargado al capitán Joan Batista, y mandóle, como a su capitán que era en la mar, la llevase y fuese hasta treinta y siete grados, y corriese la tierra y la costa, y donde hubiese gran ahumada que él mandaría hacer, que fuese a reconocer, y si viese gente de a caballo, que tomase puerto, porque él estaría aguardándole en puerto o bahía.
Hecho esto y pasados los días de Pascua primero, acordó aventurar su persona, aunque contra voluntad de todos, y proveer a todo como convenía, y viendo que era tiempo muy convenible para ir a poblar adelante, por tener los indios entonces sus sementeras ya grandes y cuando allá allegasen estarían de sazón para coger, y estando ansí no padecerían detrimento, ansí los naturales como los pobladores. Y con esto consideraba el gobernador que si no iba en aquella coyuntura y tiempo, no podía salir hasta el otro año, de donde se le recrecía inmensos trabajos. Y no convenía entrar en invierno, que es trabajoso. Y saliendo en aquella sazón, iban en buen tiempo para correr la tierra y traer la gente de paz, y traerlos en conocimiento de la verdad, y buscar sitio bueno para poblar e invernar y hacer sus casas.
Hechas estas cuentas y consideradas estas consideraciones, después de haber oído misa mandóse poner en su litera y fue a visitar la casa de nuestra Señora del Socorro. Y salió con ciento y ochenta hombres a caballo y siguió su jornada y camino veinte días, hasta que llegó a lo último de los límites de esta ciudad. Y en estos días iba mejorando el pie que podía ir a caballo. Y como el gobernador se vido pasado el río de Itata y en tierra de gente de guerra, cuarenta leguas de la ciudad de Santiago, mandó poner en orden toda la gente y mandó a sus capitanes tuviesen cuenta con los caballos que a cargo llevaban. Y dioles la orden que habían de tener ansí en el caminar como en el velar. Y él proveyendo muy bien en la rezaga, trayendo el servicio y bagaje en medio. E iba cada el día delante descubriendo el campo y corriendo la tierra con cincuenta de a caballo. Y el maestre de campo, cuando le parecía, enviaba un capitán. Y con esta orden iba marchando, topando en cada valle indios que nos daban guazábaras o recuentros y punaban y trabajaban con toda diligencia defender nuestro viaje y entrada de su tierra cada el día. Y a cada escuadrón y junta de indios los enviaba el gobernador a requerir con la paz y darles a entender a lo que venía de parte de Su Majestad, y que viniesen a la obediencia porque en ello ganarían.
Caminamos con esta orden hasta treinta leguas adelante del río de Itata que arriba dijimos, y apartados de la costa de la mar catorce leguas, donde se halló muy gran poblazón y tierra muy alegre y apacible. Y en este compás de leguas que habemos dicho, hallamos un río muy ancho y caudaloso. Va muy llano y sesgo, y corre por unas vegas anchas, y por ser arenoso no va hondo, mayormente en verano que daba hasta los estribos de los caballos. Este río se llama Nihuequetén, que es cinco leguas antes de la mar. Entra en el gran río que se dice Bibio. A la pasada de este río Nihuequetén se desbarataron hasta dos mil indios y se tomaron tres caciques.
Caminando más adelante, llegó el gobernador al gran río de Bibio a los veinticuatro de enero del año de mil y quinientos y cincuenta. Mandó el gobernador a todos no pasase nadie, ni procurase vadear tan ancho río, sino que se hiciesen balsas de carrizo y de madera, porque era arenoso y hondo. Y estando haciendo las balsas de carrizo y dando orden en el pasaje, allegó de la otra banda mucha cantidad de indios a defendernos el paso. Y confiados en su multitud, viendo que nosotros éramos tan pocos, determinaron muchos de ellos de pasar a pelear con nosotros. Y como el gobernador vido que pasaban, mandó a todos que estuviésemos quedos e hiciésemos muestra que les temíamos. Y de esta manera acabaron de pasar el río los indios en unas balsas.
Vistos en tierra de esta parte, mandó el gobernador a un su capitán, que se decía Esteban de Sosa, que fuese a ellos con su compañía. Y fue con cuarenta hombres de pie, y púsose el gobernador con ciento de a caballo a su amparo. Y con los arcabuces mataron los de a pie hasta veinte indios, porque los demás se echaron en el agua huyendo, temiendo aquella voz que los mataba sin ver quién, que no aprovechaba asegurarles la vida con buenas palabras. Y pasados a la otra parte, no osaban acometer ni volver, sino dar muy grandes voces.
De allí partió el gobernador por no aventurar un hombre ni un caballo en tal pasaje, y fue el río arriba con toda su gente a buscar otro mejor paso. Habiendo caminado otras dos leguas, pareció otra mayor cantidad de indios, y vistos, mandó el gobernador al general Gerónimo de Alderete que fuese con veinte de a caballo y pasase el río y les cometiese, que él iría cerca con toda la gente para su socorro, lo cual fue hecho como fue mandado, puesto que fue el pasar el río muy trabajoso. Los indios, como no sabían qué cosa era caballo, esperaron, pensando resistirles. Y no bastó su esfuerzo y fuerza a resestir la menor furia e ímpetu de los caballos. Y después que conocieron la gran fortaleza y liberalidad de los españoles, acordaron no tener con ellos trabacuenta, temiendo de ser perdidos. Y por presto que revolvieron a echarse al río e huir por la tierra, quedaron muertos más de doscientos indios.
Cuando el gobernador vido tanto número de gente de guerra, estando a la orilla del río, mandó pasar otros treinta de a caballo al socorro de los veinte. Allí se nos ahogó un comendador que se decía Pero Fernández Mascareñas. Siguieron el alcance los caballos con su capitán y recogieron algunas ovejas. Y viendo que era tarde, tornaron a pasar el río y volvieron al sitio donde el gobernador estaba.
Otro día siguiente caminó el gobernador con toda la gente tres leguas más adelante el río arriba por sus riberas, y junto al agua asentó el campo. Y luego envió a llamar caciques de paz como lo traía de costumbre, y vinieron de guerra mucha más gente que de antes había venido a punar y defendernos el paso del río. Y puesto que daba el agua a los estribos y bastos de las sillas, pasamos por cascajar, y no cenagoso, con el gobernador cincuenta de a caballo. Y confiados los indios tenerse por valientes y los más belicosos del reino y en su multitud, esperaron y cometieron. Acaudilló el gobernador y peleó con ellos. Quedaron muertos muchos indios, y a hora de vísperas recogióse el gobernador con su gente a su real. Y otro día tornó a pasar el río por el mismo vado con sesenta de a caballo, quedando el campo asentado en donde solfa, y corrió dos días la tierra hacia la mar, donde se halló gran poblazón. Visto esto dio la vuelta al real.
Aquí estuvo el gobernador ocho días enviando mensajeros a los señores de aquella comarca [a] hacerles saber a lo que venían. En estos días que aquí estuvo se recogió algún ganado.